Cuando cierro las pestañas hay un juez entre mis sienes. Un juez que conduce, que obliga y guía, a veces tiene tu cara y a veces no tiene ni ojos. Me emborrono la mirada, abro a palanca mis córneas y me dejo llevar por la corriente, por las manos, por las yemas blandas tapándome hasta que sueno, como el motor cansado de la puerta automática cerrándose. Sabes que mi agua no se corta, que me adapto demasiado para romperme en el ondear de los gestos y las máscaras. Estás o te vas, según la rabia y el día, pero en mi fondo solo queda puro fuego, un pozo de llamas, el calor de la fiesta de tu coño y su recuerdo, los vacíos, altiplanos y precipicios mientras me decanto por los bordes del teclado mientras te busco como Tommy a Grace